Las malas practicas de una economía keynesiana.

Muchos de los que critican el argumento keynesiano a favor del gasto público lo hacen porque, según un esquema simplista del comportamiento de la economía, daría igual gastar dinero en construir guarderías públicas, viviendas, un centro de investigación celular o simplemente tener un montón de gente cavando un hoyo para luego taparlo.

Todo se basa en que se usa el dinero para mantener gente trabajando, es decir, se hace fluir el dinero de forma forzada, como cuando se empieza un montón de obras públicas para tener ocupados a un montón de obreros, obreros que al día siguiente irán a comprar y harán fluir su dinero.

Claro que hay una diferencia clara, como la hay en cualquier tipo de esfuerzo dinerario inicial o de corto plazo, y es que hay casos en los que lo que se construye reporta después un beneficio capaz de pagar (o devolver) el dinero inicialmente empleado, y hay casos en los que no, quedando un agujero bastante abultado.

Esto hay que tenerlo claro.

Las políticas de izquierdas se basan en la ayuda del estado al más perjudicado, y por tanto las políticas keynesianas son útiles. Se emplea dinero en potenciar aquellos sectores que, de no ser por la ayuda, caerían aun más, como puede ser el sector de la construcción o, más directamente el empleo.

El problema radica en que hemos basado todas nuestras ayudas en obras públicas, en el sector de la construcción (publica). La productividad es tan baja en el largo plazo que en realidad es casi como cavar un hoyo y volverlo a rellenar. En el proceso todo queda más bonito y se sustentan unos cuantos miles de empleo, pero claro, cuando uno va a hacer cuentas debe ser consciente de esto, porque sino podemos perder más dinero en el camino del que querríamos.

En este caso, el gobierno ha tenido que echarse atrás en numerosas obras públicas, como si de números o simples palabras se tratase. Proyectos de quita y pon. Y no importa las disculpas que se quieran dar, o el intento de comprender que hay que dar la vuelta a la tortilla porque no es eso lo que se discute, sino el hecho de no haber hecho un replanteamiento más sincero y organizado en un principio.

Por que las políticas keynesianas de manual son eso, políticas escritas en un manual. Son los economistas (y por ende los políticos) los que tienen que gestionar con mayor o menor acierto las posibilidades. En vez de eso lo primero que se hizo fue dar un montón de dinero a los bancos y un montón de dinero a los ayuntamientos. Comenzar un montón de obras públicas que ahora se paran, que costará relanzar.

La mala imagen que se da es clara. Si las obras eran importantes, ¿Por qué se paran? Si no lo eran, ¿Por qué se hacían?

Pues la única manera de hacer algo rentable es que de sus frutos, y sino cualquier cosa positiva que hayamos conseguido hasta ahora con estas obras se pierde con la necesidad de hacer ajustes monumentales. No se puede querer cambiar la estructura productiva, de la construcción al I+D, si tu mismo promueves la construcción sin mesura y bloqueas el I+D. Porque el gasto necesario es el mismo. Los empleos que se consiguen también son tangibles, y la productividad es mayor. ¿Cuál es el problema entonces? La política es política es política. Nadie quiere hacer en el corto plazo un proceso que se “vera” en el futuro. Los políticos necesitan vender. Y lo que más vende, donde más parece que se hace algo, es con las aceras levantadas y un cartel que ponga “Gobierno de España”.

Por eso la necesidad de una cierta autonomía en las comunidades autónomas es vital para el buen funcionamiento del sistema. Una cierto grado de independencia que potencia las ayudas necesarias para cada región y para cada necesidad, que miren verdaderamente por los problemas y soluciones que existen en las manos de los que sufren y deben mejorar.

Riqueza real y riqueza efectiva: La diferencia entre oriente y occidente.

La filosofía de vida se traduce no sólo en términos políticos o sociales sino también económicos. Con el despegar de China muchos nos mantenemos a la expectativa de la creciente potencia en su inapreciable movimiento hacía el resto de continentes.

Pero hay un cosa que nos diferencia del todo, una pequeña guerra fría económica que se está gestando hoy en día y que dará que hablar cada vez más. La globalización es el método por el cual un país tiende a adquirir por el comercio y la expansión social y cultural las formas de vida extranjera. Bajo esa suposición nos podemos preguntar, ¿Acabará en un futuro una forma de vida superponiéndose a la otra, o podrán mantenerse las dos? Y si una debe ser la única vencedora, ¿Cuál será?.

La diferencia radica en una primera división del método de uso del dinero, ya sea para consumir bienes en el corto plazo o ahorrar la capacidad adquisitiva para un futuro.

Las economías occidentales tenemos una gran proporción de consumo sobre ahorro. Somos más propicios a consumir y a ahorrar menos. Eso tiene dos consecuencias.

En primer lugar, tenemos una menor riqueza real, no guardamos mucho para el futuro. Por otro lado para seguir consumiendo pedimos prestado cada vez más, inventado dinero financiero para mantener nuestro nivel de vida. La conclusión es que llevamos un nivel de vida por encima de nuestras posibilidades. Llevamos un nivel de vida parecido al de los banco, que están continuamente endeudados, pero ganando dinero.

Esta realidad económica es muy propicia a los vaivenes, a los ciclos económicos, en tanto en cuanto una disminución de este nivel de vida, un traspiés, echa por tierra todo el castillo de naipes, para tener que volver a construirlo. Pero no todo es malo.

El hecho de estar continuamente endeudados también hace que las empresas vean un potencial en la demandada tal que poco a poco los procesos productivos van mejorándose. Existe un esfuerzo económico por avanzar poco a poco, y esto es potenciado por la sobrecapacidad.

Aunque existen ciclos, aunque estamos muy endeudados, no podemos negar que ha aumentado mucho nuestro nivel de vida.

Por otro lado, las economías orientales son más ahorradoras. Esto hace incrementar la riqueza real de estas potencias emergentes. Pero claro, su consumo es tan débil que sus empresas tampoco tienen un gran dinamismo. Es decir la riqueza no vuelve a la economía generando una mejora continua. En muchos casos se crean fondos de inversiones que van destinados al exterior. China y Japón son los grandes acreedores de Estados Unidos, siendo los que facilitan que occidente mantenga el modelo antes descrito.

Podemos decir, por tanto, que vivimos en el mundo de los excesos, en los extremos, en dos polos opuestos. Una parte se sustenta de la otra, pero no podemos hablar de simbiosis económica, porque la acumulación de riqueza real en los países orientales es cada vez más patente. No hay una retroalimentación que haga volver a la situación a un status quo.

El hecho de que una se sustente en la otra nos da pistas sobre el final de la historia. Ninguna puede ganar, ninguna puede vivir sin la otra. Sin embargo, tampoco pueden mantenerse así por siempre.

Una fusión es por tanto necesaria. Pero esto puede dejar entrever uno de los peligros de nuestra economía global, y es que la realidad puede ser más ficción de lo que pensamos, pues gran parte de nuestro sustento, nuestras bases, parten del aprovechamiento de otras economías. Ya sea por el aprovechamiento indiscriminado de recursos naturales o recursos humanos, está claro que una vez que la economía empiece a homogeneizarse no tendremos una economía más débil a la que explotar. Sí, nos quejamos de los chinos. Pero llevamos décadas viendo el “made in china” en una gran parte de nuestros productos, basados en mano de obra barata para poder se baratos.

No sólo “los chinos” querrán más de nuestros bienes, incrementando la demanda y los precios. Tampoco se dejaran explotar tan fácilmente, y sus sueldos tenderán a aumentar, incrementando aun más los precios de sus bienes. Finalmente despertaremos de nuestro sueño y viviremos en una economía real, donde, a pesar nuestro, tenemos una alta probabilidad de ir a peor.

Y el problema no es algo a solucionar. El problema es que hemos vivido durante mucho tiempo en una nube desde la que no hemos querido ver nuestro alrededor.

La diferencia de esta fusión, y con esto acabo, es que mientras las economías orientales van a acercarse a la nuestra y van a mejorar, queriendo hacerlo, la nuestra va a acercarse a la suya, por obligación.

Unas cuantas frases de Jaume Perich.

Estaba leyendo por Internet y he visto un par de frases de estas que quedan bien guardar para sacar a relucir alguna que otra vez que quería compartir.
– Un optimista es el que cree que todo tiene arreglo. Un pesimista es el que piensa lo mismo, pero sabe que nadie va a intentarlo.
Es una frase pesimista en si misma, lo cual le resta veracidad, pero me siento bastante identificado.
– Gracias a la libertad de expresión hoy ya es posible decir que un gobernante es un inútil sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco.
Esta es una de las cosas que más he intentado explicar. Hoy en día somos capaces de hacer manifestaciones y concentraciones, de llenar los periódicos de verdades y críticas feroces y razonadas. Somos libres de hablar. Pero al final, no sirve de nada. Algo estamos haciendo mal, pues la libertad de expresión sólo se usa como espejismo de libertad.
– Todo el mundo desea ser feliz, pero no que lo sea todo el mundo.
Otra pesimista, pero que encierra en gran parte una problemática humana. Nadie lo aceptará, y no todos somos así (yo al menos intento no incluirme), pero una parte del mundo (y a menudo los más poderosos) piensan así.
– La caridad es la única virtud que precisa de la injusticia.
Mención especial, y razón de este post. Muchas veces los liberales defienden que no hace falta el socialismo porque la caridad ya dará cuenta de un cierto reparto de la riqueza. No entienden, al menos no como yo, que el socialismo no quiere repartir la riqueza para hacer a los pobres más ricos por caridad, por pena, sino por que pensamos que, justamente (por justicia), nadie debería ser pobre, nadie lo merece. Y si existe caridad, si existe una necesidad de redistribución, es justamente porque previamente ha habido un fallo en el reparto de algo más etereo que el dinero, y a vecesmás dificil de conseguir: La justicia.

¿Podemos cambiar el mundo?

<<…los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo>>

Estas palabras de Marx son las que difieren en gran medida su visión histórica, económica y sociológica de la ortodoxia en las ciencias sociales.
La preocupación no se deriva solamente del entendimiento de la realidad social como si de meros espectadores se tratase, el objetivo no puede centrarse en el conocimiento, debe enfocarse en la acción.

Utilizamos la física para mejorar cientos de aspectos de nuestra vida diaria, la mejora tecnológica, y por ende también la productividad, se basa en la generación continua de nuevos descubrimientos, y en la aplicación práctica de estos últimos tanto en bienes de consumo, como de producción.
La medicina y biología utilizan el conocimiento para mejorar las condiciones de vida, sanitarias, y de recuperación, tanto de nuestro propio cuerpo como de los sistemas vivos del planeta. Otros objetivos más perversos se ceban tanto como con especies como con áreas geográficas, bosques, canteras. Aquí el conocimiento no nos sirve en todos los casos para mejorar, porque actuamos como ciegos ante el peligro inminente.

Como ejemplos rápidos creo que cumplen perfectamente. En contrapunto, ¿Qué pasa con las ciencias sociales? La sociología, pero también la economía, que podrían o deberían servirnos para mejorar (y no sólo para estudiar como mejora por si sola).
El conocimiento sirve, por supuesto, aunque haya gente que lo dude. Los políticos por ejemplo utilizan más teoría social y psicológica de la que podríamos creer para llevarnos a su terreno. La ciencia económica ha permitido que la crisis actual no sea comparable a la de los años 30 (por mucho que bastantes autores sigan comparándolas).
Pero aun así no se ve ningún atisbo de intento de mejora de la sociad por parte y ayuda de estas ciencias sociales. Y si se intenta, como en el caso de la otras ciencias naturales, son calladas o minimizadas por otros objetivos.

¿Debemos cambiar nuestro mundo? ¿Creemos que podemos hacerlo? ¿Nos dejaran hacerlo?

Pronósticos, predicciones y adivinos.

A los economistas se nos achacan varias cosas. Entre ellas que no podemos predecir el futuro, y que solo sabemos explicar el pasado.

Bueno, ¿y qué? Los médicos no pueden predecir cuando alguien va a enfermar, los bomberos no pueden predecir cuando un fuego se va a prender, los policías no pueden atrapar al ladrón antes de haber robado… es decir, es normal que nadie puede predecir los movimientos económicos.

La función de los economistas es entender el funcionamiento y los patrones de la economía, intuir cuales son los problemas y las posibles soluciones de cada economía, y entender las razones por las que estamos en cada situación, (bueno, y muchas cosas más, pero me refiero a las cuestiones más “de calle”).

El problema no es tanto en si de los economistas si no de los intelectuales y las organizaciones.

Me explico. Adivinos hay en todos los lados. Desde políticos, hasta climatólogos, hasta economistas. Cuando una persona va a predecir algo lo hace sobre lo que entiende. Los economistas predecirán economía. Y puesto que la economía es algo tan importante para los ciudadanos, es normal que todo el mundo quiera escucharle y darle más importancia de la que tiene.

Luego cuando se equivoca, la culpa no es de el, sino del colectivo, que peyorativamente se nos trata de iguales. (Bueno, hay gente que incluso nos llama a todos “capitalistas”).

Por otro lado las organizaciones también tienen su servicio de estudios, y sus formulas y sus métodos para predecir la economía.

Y no crean mal, yo estoy a favor de las predicciones, por que como científicos debemos ser capaces de saber más o menos que va a pasar, pero no al detalle.

Un físico te dirá que si haces un agujero en el fondo de un vaso lleno de agua esta saldrá por ahí. Ahora bien, si marcas 10 átomos no esperes predecir cual saldrá primero es estúpido.

Lo que quiero decir es que la predicción llega hasta un nivel, y se va perfeccionando, pero no podemos cubrir más de lo que puede la mano.

Por eso, todas las predicciones sobre el crecimiento en 2012, del no se cuantos por ciento, aquí y en la china, me parecen de un absurdo terrible. Intuir el crecimiento de 2010, y la directrices de 2011 es posible. Intuir la directrices de 2012 es difícil, y el crecimiento ya en números algo imposible.

Luego pasa lo que pasa. Vemos como mes a mes van corrigiendo todos los datos porque hay nueva información.

¿Cómo no va a haber nueva información? En serio.

El coltan en nuestro patrón de consumo.

Recientemente estuve viendo un documental de unos franceses que fueron hasta el Congo para dar un poco de luz sobre la situación de las guerrillas, el empobrecimiento en general y, sobre todo, el efecto del coltan en el país.

Para entender porqué nuestro patrón de consumo, el camino que dirige los productos desde la fábrica que los produce hasta nuestras manos, acaba donde quiero que acabe, tenemos que empezar de atrás adelante.

Los móviles forman parte de nuestra vida diaria, así como cualquier elemento electrónico, informático, nuestra forma de vida occidental (la cual hoy no voy a endemoniar) nos “obliga” a tener ciertas responsabilidades para con nuestros respectivos congéneres. En general, todos tenemos que llevar reloj para saber que hora es, por ejemplo. Los móviles se han convertido en una extensión más de lo que “entendemos” por normal. Dicho con pocas palabras, es raro que alguien no tenga móvil, y ni nos planteamos de donde viene, nos enfurecemos si es muy caro, por que no lo vemos como un lujo.

La mayoría de estos móviles se fabrican en china, como casi cualquier cosa hoy en día. Los diseños, el marketing, los accionistas y la mayoría del dinero se queda en tierra occidental, pues nos aprovechamos de una condiciones salariales y de vida muy inferiores como son las asiáticas, competitivamente a años luz de la mano de obra occidental.

Las fábricas chinas le compran las materias primas a otras empresas, muchas de ellas occidentales, que a su vez se las compran a otros países también empobrecidos, como África. Es decir, compramos materias primas baratas, se las vendemos a los chinos, les compraos los productos (también baratos) y luego se lo vendemos a los occidentales.

De estas materias primas, una indispensable es el coltan. Creo que ya he hablado alguna vez de el por aquí.

El documental “Coltan, comercio sangriento (Sangre en nuestros móviles)” (creo que se llama así), muestra una realidad de la que no queremos ser conscientes. El poco dinero que llega a los proveedores de estas materias primas se dividen entre la financiación de armas de los rebeldes y los trabajadores, niños casi esclavizados que incluso son extorsionados y robados por el camino.

Es decir, nuestro patrón de consumo está financiando las muertes de muchas personas en países de los que no queremos ni oír hablar.

Uno de los problemas es que pensamos “eso es problema de los proveedores, que les prohíban financiar a los rebeldes y guerrillas”. Pero la situación es tan dramática y tan lejana que pensamos que todo puede solucionarse en forma de ley.

Naciones Unidas publicó una lista con las empresas que compraban en estos países y financiaban los ejércitos, ¿y qué paso? Nada. Nadie sabe más de ello. Las empresas siguen en activo y comprando.

La realidad es que nuestra forma de consumir, nuestra forma de vida, consciente o no, se aprovecha de cientos de situaciones de este tipo. Nos aprovechamos de la competitividad de otros países como forma de expresar sus malas condiciones de vida y trabajo. Y no sólo es que sus economía estén mal desarrolladas, es que las nuestras lo están por encima de lo que deberían, y deberían estarlo (por lo menos) en la forma en que no nos aprovecháramos de los países más pobres.

El problema de fondo es tal que, aun sabiéndolo, aun leyendo y viendo documentales, uno no deja de coger el móvil y hacer una llamada.

El valor de lo pequeño.

Muchas veces oímos eso de: ¿Qué puedo hacer yo para mejorar el mundo?

Esta frase, que seguirá con nosotros hasta siempre, refleja bastante bien el papel actual del ser humano en el medio. Inconscientes de nuestro poder seguimos planteándonos nuestro lugar y nuestra forma de actuar para con el mundo, por la sencilla razón de que no podemos ver el valor de las pequeñas cosas.

Igual que en la democracia, tampoco sabemos muchas veces cuanto vale un sólo voto. ¿Qué diferencia puede hacer mi voto toda España?

El problema está en que no es la actuación, no es la acción lo que da valor, pues es tan insignificante con respecto al resto que apenas se puede notar.

Son las ideas las que crean estas acciones y las que las motivan en agregados que pueden, realmente, tener efectos globales y de largo plazo.

No es el hecho de que yo recicle (acción) la que va a mejorar el mundo. Es la idea de que es necesario reciclar, la que, si la tenemos todos, hará mejorar el mundo.

La idea es libre, se expande fácilmente y casi sin ningún tipo de barreras, excepto las creadas por las ideas preconcebidas.

Una idea vale por cientos de miles de acciones, que ya no deberán ser guiadas por el pensamiento como cuando intentamos respirar por nosotros mismos, sino que serán guiadas por el razonamiento innato de lo que ya prevemos como “normal”.

La clave, por tanto, está en vender las ideas. Venderlas para que formen parte de nosotros, y no sólo de forma pasajera.

Muchas veces se dice que hay que cambiar el sistema económico, pero nos olvidamos de que no puede cambiarse del todo si no es el conjunto de las personas quienes lo hacen. A base de norma y ley se consiguen barreras que incitan al parkour normativo y sistemático.

Debemos cambiar la base, la forma por la que intentamos entender las ideas.

Quien no estudie la historia está condenado a repetirla.

Desde que oí la frase por primera vez me vengo repitiendo la falsedad que en ella se esconde. Una falsedad intrínseca al ser humano.

Es, de hecho, una paradoja en si misma que repitamos la misma frase cada vez que hay una crisis, olvidando que ya la repetimos.

Yo diría: Aquel que no estudie la historia está condenado a decir que quién no estudie la historia está condenado a repetirla.

Porque el ser humano está condenado, por naturaleza, a repetir su misma historia, una y otra vez. ¿Por qué? Pues por qué no existe un “ser humano” como tal sino un cúmulo de ellos que mueren y se renuevan cada cierto número de años.

Si pudiéramos ser como un sistema computacional, un ordenador adaptativo y racional que se adecuara y evolucionara a partir de la existencia el problema estaría resuelto, pero el ser humano es más que eso, y tiene propiamente ciertos aspectos irracionales que le hacen desviarse del óptimo.

En una conferencia del pasado viernes, Francisco Bono hacia referencia a los 7 pecados capitales (avaricia, envidia, soberbia, gula, lujuria, pereza e ira) para explicar los excesos del ser humano y su implicancia en la crisis.

Los sentimientos, el miedo, las modas, cientos de efectos irracionales que afectan al comportamiento de los seres humanos que, cuando tienen el poder, puede creerse demasiado buenos como para caer en los fallos del pasado (soberbia), y aun así caer. Pueden excederse y tender a la prodigalidad por envidia, avaricia, y gula. Pueden no entender el esfuerzo que conlleva todo tipo de mejora, y esperar que la magia ya existente por una ciencia imperfecta ayude a cualquiera a llevar una vida de lujo sin esfuerzo (pereza, lujuria). Puede llevar a buscar culpables falsos, para evadir responsabilidad, y animar al resto a seguir y especular contra otros (ira).

Existen problemas connaturales al hombre, fallos que estaremos condenados a repetir. De nosotros depende usar además la poca racionalidad que tenemos para crear los marcos y las redes necesarias para que, una vez comprobado el fallo, la repercusión sea mínima. Eso sí lo hemos mejorado. No hay más que ver las consecuencias de la crisis de los años 30 y la actual, que por mucho que muchos se empeñen en asemejar tienen diferencias notables en cuanto a magnitudes negativas, gracias al sistema y la experiencia recogida durante los años.

Así que, intentando adaptar la frase a un contexto más sincero, yo diría: Aquel que no estudie historia está condenado a repetirla en sus mismas condiciones. Más estudiarla es condición necesaria, y no suficiente, para no repetirla.

La redistribución de la renta y la riqueza.

En casi todos los sistema económicos existen ciertos elementos que confieren un grado más o menos conseguido de redistribución de las rentas.

Existen aun voces que otorgan validez a tesis diferentes, que valoran los puntos positivos de que esta redistribución nunca se llevara a cabo, y en cierto modo no les falta razón, el problema es que aunque existen beneficios de que no exista la redistribución, los prejuicios asociados podrían ser aun mayores, dejando por tanto unos valores netos negativos.

En general, en la economía existe el trade-off (o disputa entre dos objetivos), entre la equidad y la eficiencia. Hay por tanto voces que dan más validez sobre la eficiencia, que repartiría menos el dinero entre todos pero que “a través del mercado” este se destinaría a las manos más eficientes, y nos haría crecer más.

Y el problema es ese mismo, el crecimiento.

Otros como yo nos posicionamos más en el centro, y además nos hacemos preguntas también algo extremas o raras. ¿Es el crecimiento el fin óptimo de la economía? Por que en realidad la definición real era la de administrar y gestionar los recursos para que cubran nuestras necesidades.

Hoy la entrada es corta, es más de reflexión, por que nadie tiene una respuesta cierta y yo no pienso darla como tal. Podemos seguir, por tanto, con la tónica de preguntas. ¿Tenemos alguna responsabilidad, como sociedad, de proveer las necesidades de todos? ¿Cómo apoyar a los que tienen menos sin privar de incentivos al resto de querer aumentar su riqueza? ¿Hasta que punto debe existir esta redistribución?

Operaciones no ligadas

Cuando hablamos de información perfecta, ligada al funcionamiento del sistema económico, nos referimos a que el sujeto tiene plena capacidad de conocimiento sobre todo lo que le pueda concernir a la hora de tomar decisiones económicas.

Esto, obviamente, es imposible, pero a parte de las numerosísimas implementaciones que se hayan hecho en teoría económica sobre el tema de la imperfección, hoy me he dado cuenta de las cuantiosas operaciones no ligadas que acometemos diariamente.

En primer lugar, podemos presuponer que en realidad todo esta conectado. Todas las decisiones, todas las acciones, todos los pensamientos, incentivos y relaciones están conectadas, de forma caótica, de forma invisible.

Hasta ahora presuponemos que toda la red de relaciones tiene la misma velocidad de traspaso, pero no tiene por que ser así.  La velocidad a la que una información se transforma en acción en el mercado bursátil puede ser, y de hecho es, mucho más rápida que la velocidad a la que uno recibe un dinero y va a comprar el pan. Son hechos totalmente diferentes, compuestos de personas totalmente diferentes. La heterogeneidad de los agentes económicos es por tanto crucial.

Pero no es de eso de lo que quería hablar, sino de las relaciones económicas que llevamos a cabo sin darnos cuenta.

En cierto modo si lo hacemos, pero al no poder cuantificar lo dejamos al margen, como una probabilidad que se hace cierta tras un periodo de tiempo esperado.

Hablo, por ejemplo, del desgaste.

Cuando vamos a comprar el pan, o a realizar cualquier tipo de relación social (y económica, que es nuestro caso), estamos llevando a cabo un desgaste, por ejemplo de los zapatos. Sí, jaja, lo sé. Obviamente, cuando hablamos de este tipo de gastos son gastos tan nimios, tan podríamos decir, absurdos, que no entran dentro de nuestros planes.

Simplemente juntamos todo el desgaste en la esperanza de que los zapatos nos duren uno o dos años.

Las empresas toman el coste como la amortización puesto que la depreciación tiene niveles muy altos. Los consumidores en cambio no tomamos en consideración estos costes hasta que deben producirse.

Estas operaciones crean espacios blancos entre las relaciones interconectadas de las que hablaba.

Son pequeños, son nimios. Pero hay que hablar de todo, también de las suelas de los zapatos.